En la vida, cuando llegas a cierta edad, uno podría esperar, de pronto, que su familia le de una herencia, una reliquia o que le revele algún secreto que ha sido transmitido de generación en generación.
Hasta que finalmente te lo revelan.
…
Mis tíos solían organizar una fiesta anual para
celebrar algún echo que hasta la fecha desconozco; siempre quise asistir a
dicha ceremonia pues veía que mis padres iban con sus mejores trajes de gala, justo
ese día mandaban a limpiar el coche y cuidaban hasta el mínimo detalle su
presentación. Ese año 1998 me toco ir como invitado.
Cuando llegué, recuerdo que me quede afuera del
salón principal, recibiendo a los invitados para poder guiarlos y atender sus
requerimientos, guiándolos a donde sería el salón principal.
Me sentía extrañado por diversos factores que podía
notar y sentir en el ambiente pero que me son difíciles de explicar, entre los
cuales, uno de ellos hacia que salga a flote una duda recurrente: ¿Por qué, a pesar
que mis tíos habían pagado la fiesta, nos habían dejado elegir a los invitados?
Pues serían las 10 de la noche y la gente seguía entrando, y menos entendía
como mis padres habían invitado a gente que no conocían.
La sala en la que yo me encontraba de
recepcionista era enorme, pero se sentía vacía, pues nadie realmente podía
quedarse allí, si no, que tenían que ir directo al salón principal, una sala donde
el color predominante era el rojo; lo que recuerdo de ella, era que había al
menos 15 estatuas de mas de 4 metros de alto, estaba lleno de mesas de mármol y
de enormes cortinas rojas que caían desde el techo, que hacían ver tétrica la habitación.
Cuando finalmente no hubo ningún invitado por
recibir, pude entrar a dicha sala, en donde mis tíos ya se encontraban como anfitriones;
yo seguía sin comprender realmente que estaba pasando, los invitados allí adentro
parecían dopados, de pronto escucho un grito…
Mis tíos empezaron la masacre…
A pesar que el ambiente se tornó turbio, la
música de fondo era perfecta, y los gritos eran escasos, los músicos tocaban the
four seasons de Vivaldi. Había quienes podían correr, entonces lo hacían,
pero de todas formas nadie podía escapar.
Yo estaba horrorizado viendo aquel espectáculo,
tanto así, que casi no me doy cuenta que cada mesa tenía un chef especialista
en Ikizukuri (El arte de cocinar animales (personas) vivos) que atendían
los pedidos de los comensales que parecían disfrutar de lo más normal la carne
humana.
Pude observar como uno de los comensales agarraba
un brazo de forma tan elegante que no se ensuciaba con la sangre al intentar
sacar toda la carne del hueso
De lejos podía observar la calma cuando se
acabaron los pocos gritos del inicio, pero poco a poco era inevitable ver como las
prendas más finas que lucían los comensales se transformaron en mandiles de
carnicero al teñirse de rojo.
Mi madre al ver mi cara de angustia no tuvo más remedio que tratar de explicarme lo que ni ella sabía, ¿Por qué comían carne humana? Pero, ¿Como explicarle a un miembro de tu familia que en tu familia hay caníbales?
Entonces me comento que ellos hacían eso una vez
al año porque estaban en una secta, continúo diciéndome: “Mientras más
invitados haya, más llenos estarán y no querrán comernos”.
Resulta que no se los comían por completo solo
algunas partes que consideraban un manjar.
Me salí de la casa…
Saque mi celular y marque el 911, pero justo
cuando iba apretar el botón verde siento que alguien me jala por la espada; era
mi madre quien empezó a rogarme que no lo hiciera, pues nadie quería estar en
contra de ellos y me explico que sería más fácil no hacer líos y aceptar la
nueva realidad ahora que ya tenía edad para entenderlo.
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